Paso conmigo veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año y me cuesta horrores apreciarme el 90% del tiempo... ¿cómo narices alguien va a quererme?
Esconder aquello que no me gusta de mí misma puede ser una muy buena solución a corto plazo, pero no funciona más allá de dos o tres citas. Básicamente porque tengo ciertos puntos de prepotencia verdaderamente adorables cuando te has acostumbrado (porque yo misma me echo unas risas con algunas de las tonterías que escupo) pero horrendas cuando tratas de dar "el pego".
Ante este fracaso, mi mente se siente extrañamente inclinada a adelgazar. Después de analizar la realidad parece claro: un papel bonito se gana al destinatario, aunque luego el regalo que hay dentro no valga ni para tirar.
Pues lo siento, pero eso tampoco funciona a largo plazo: no sólo porque lo físico se va y todas esas cosas, sino porque en el fondo, lo que quiero no es a alguien para quedar bien en la foto, sino un compañero (o amigo, o familiar o introduce aquí el nombre de quien quieres que te quiera) que pueda llenar esa necesidad profunda de no estar solos en este mundo.
Aún hay más. Porque el tipo de aprobación que se crea en los probadores de una tienda de ropa (sí, ya sabes, esa satisfacción de caber en una talla menos embutiéndote y conteniendo la respiración mientras compruebas si el espejo está inclinado) tampoco funciona a corto plazo, porque normalmente es sinónimo de posponer el vivir.
Y pospón lo que quieras, pero el reloj no deja su tic-tac para otro momento.